Suscríbete a nuestra Newsletter y entérate antes que nadie de nuestras promociones y novedades
Quedaron de verse a las diez en punto en la puerta. Las cuatro llegaron puntuales, inmediatamente el cadenero les abrió paso, sólo Graciela volteó a mirarlo y le agradeció con un leve movimiento de cabeza. La revisión de los bolsos fue, como siempre, un fastidio. El host hizo esperar a las mujeres que estaban en la fila, para atender a las recién llegadas. Las recibió con una sonrisa y con esa playera blanca, sin mangas, tan entallada que invitaba a recordar el nombre de cada músculo, solo por cultura general. Su mesa está lista, pasen por aquí. Gracias, Miguel, respondió Alejandra, mientras Marcela le colocaba un billete de doscientos en el bolso trasero del pantalón.
El champagne aún no estaba bien frío, por lo que Emilia detuvo con suavidad la mano de Miguel que pretendía descorchar la botella, con una mirada le hizo saber que debía esperar indicaciones. Sobre la mesa comenzaron a aparecer teléfonos celulares, lentes, cajetillas de cigarros y encendedores. Cada una checó mails y mensajes, contestaron lo necesario, llamaron a sus respectivas parejas y apagaron los teléfonos, habían tenido un par de semanas muy pesadas en la oficina y no querían saber nada de trabajo, por lo menos durante las próximas horas.
Graciela no pudo evitar la tentación de darle una suave nalgada al mesero.
Emilia llamó con la mano a uno de los meseros y le señaló la botella. Inmediatamente se acercó a la mesa y se apresuró a descorchar el champagne, mientras Graciela observaba atentamente su derriére. No pudo evitar la tentación de darle una nalgada suave, el mesero volteó y le guiñó un ojo, ella sonreía como niña traviesa. El corcho cayó en la cabeza de Alejandra, por lo que tendría que pagar la primer botella. Brindaron por los hombres, esa maravillosa creación de la naturaleza. Después brindaron por cada una de ellas: Marcela, Alejandra, Emilia y Graciela.
El lugar no tiene nada de espectacular, ni de lujoso. Un estrado de madera, a treinta centímetros de altura, pintado de negro, con unas cortinas de terciopelo rojo al fondo, que sirven sólo para encuadrar el logotipo del lugar. Una bola de espejos colgando del techo, al estilo de los ochenta. Focos de colores y seis luminarias móviles, que despiden luces con diseños de estrellas, corazones, círculos y caramelos. En la cabina de control hay un seguidor para iluminar a los artistas.
Asisten mujeres distinguidas, capaces de pagar su cuenta sin revisar meticulosamente las comandas.
El salón está en cuatro desniveles, con mesas de bar pequeñas y chaparras que apenas son suficientes para colocar las copas y ceniceros. Las sillas son bajas también y bastante incómodas. La alfombra roja desgastada por el uso. Los pasillos estrechos dificultan el paso de los meseros que, forzosamente, tienen que rozar el hombro o la espalda de las mujeres sentadas, para poder realizar el servicio.
Si bien el local es bastante ordinario, no sucede lo mismo con la concurrencia. Salvo algunas excepciones, como el grupo de ocho mujeres sentadas en el último nivel que, antes de pedir una bebida, preguntan el precio y checan en su cartera, la mayoría de las mujeres que asisten al Club tienen la capacidad de pagar su consumo, sin regatear las propinas o revisar meticulosamente la cuenta. Se ven circular bolsas de diseñador. Botas y zapatos con altos tacones. Jeans de buen corte, algunas blusas entalladas con animal print. Relojes, pulseras, aretes, anillos y cinturones. Sacos y chalinas. Peinados de salón. Mujeres de todas las edades se reúnen para apreciar la belleza del hombre y, a la vez, liberarse por un rato de los hombres.
En el escenario aparece el Maestro de Ceremonias
Bajan las luces y en el escenario aparece el maestro de ceremonias.
M de C: Bienvenidas hermosas damitas a Ladies’ Club San Ángel, el mejor espectáculo de strippers de América Latina. (Se escuchan gritos, risas y aplausos) Pero antes de empezar, vamos entrando en calor… ¡Todas a la pista! (chiflidos y buuu´s)
Las cuatro mujeres piensan en cursivas y hablan en negritas:
Marcela: (¿Damita? ¡Su abuelita!, me dan ganas de azotarle un perro en la cara… y ¿quién demonios quiere bailar con pura vieja?) ¡Salud “damitas”!
Las damitas de su mesa toman su copa y brindan ¡Salud!
Emilia: ¡Vamos a bailar, que ya se me subió! (ah jijos, como que todo me da vueltas)
Alejandra: (¡Se trata de echar desmadre!) ¡Yes, a bailar!
Graciela: (Me encanta bailar, tengo que aprovechar que no está el aburrido de mi marido) Sí, vamos.
Bailaron canciones de Donna Summer, Gloria Gaynor, los Bee Gees y otros de la época dorada del disco. La primera en sentarse fue Marcela.
Marcela: (Yo vine a ver a los strippers, qué baile ni qué la chingada)
Emilia sonreía sin levantar los pies del suelo, mientras que Alejandra brincaba por toda la pista de baile.
Encendió un cigarro y llenó su copa, se entretuvo viendo a sus amigas bailar. Graciela era la que más ganas le echaba, con un estilo antiguo, muy chistoso. Emilia tenía una eterna sonrisa y no separaba los pies del suelo, solo flexionaba y estiraba las rodillas, mientras que Alejandra brincaba por toda la pista.
Cuando regresaron, Alejandra ya era amiga de las tres mujeres de la mesa de junto, que venían de Hermosillo para distraer a una de ellas de todo el embrollo de su recién concluido divorcio. Marcela sugirió un brindis por los hombres del pasado, incluyendo a los memorables, a los innombrables y a los olvidados; Emilia por los hombres del presente; Graciela por los que se habrán de ir; la Divorciada por los que han de venir y Alejandra por los buenísimos meseros que las atendían.
Segundos antes de que apagaran las luces, llegó Miguel con la segunda botella.
Miguel: Se las dejo de una vez, para que se vaya enfriando.
Alejandra: (Lástima que este güey es puto, ¡está como quiere!) Muchas gracias Miguelito, por eso te queremos tanto.
Marcela: (¿Queremos, Kimosabe?)
Graciela: (Ay, estas muchachitas cómo beben)
Emilia: (A ver cómo me sacan de aquí)
Divorciada: (Necesito olvidar, para poder vivir, no quisiera pensar que todo lo perdí, en una llamarada se quemaron nuestras vidas… ¿qué sigue?)
Bajan las luces abruptamente, se escucha una voz en off con eco y reverberancia: Ladies’ Club San Angel presenta… Un haz de láser se dirige a la bola de espejos que lo multiplica en cientos de rayos verdes cubriendo todo el salón, se escucha el tema de la Guerra de las Galaxias y aparecen en el escenario cuatro Soldados Imperiales Storm Trooper marchando como robots.
Las hombreras y rodilleras desaparecen como por arte de magia, dejando ver la perfección de los cuerpos masculinos.
Con el cambio de música los Soldados Imperiales retiran sus cascos y como por arte de magia, desaparecen también las hombreras y rodilleras. Los leotardos blancos dejan ver cuatro cuerpos perfectos bailando en una coreografía cuya falta de coordinación nadie nota. Dan la espalda al público. Hay un apagón de menos de un segundo y, al regresar la luz, los cuatro cuerpos están casi desnudos…
Divorciada: (Ah, sí… en una llamarada se quemaron nuestras vidas, quedando las pabezas de aquel inmenso amor… ¿o son cabezas?)
Alejandra: (¡Qué se quiten la tanga!)
Marcela: (Pero qué cosa más hermosa… Aaaay… las ingles perfectas)
Soldado Imperial 2: (Pinche tanga, me está ahorcando un huevo)
Graciela: (Tantas amantes que ha tenido mi marido y ninguna le enseñó a mover bien la cadera…)
Emilia: (Mi adorado Manuel no les pide nada a estos)
El baile sigue. El Soldado Imperial 4 se acerca a la mesa de la despedida de soltera. La futura novia se encuentra cara a miembro con el bailarín. La abuela se levanta a tocarle el bíceps derecho. Todas las damitas de la mesa lanzan gritos agudos, risitas de ardilla y le aplauden a la osada mujer. Otra de ellas, que parece ser la suegra, le coloca un billete en el hilo de la tanga. El Soldado Imperial la toma de las orejas y la acerca a su cuerpo, lo agudo de los gritos sube de intensidad.
Futura Novia: (Quién viera a mi suegrita, ¿no que muy persignada?)
Suegra: (¡De lo que me he perdido!, sí, oblígame, oblígame, para eso es el billete)
Las cuatro amigas, junto con las tres sonorenses, se mueven en sus sillas de un lado al otro en mejor coordinación que los bailarines. Dos mujeres se besan en el segundo nivel, sin prestar la menor atención a los Soldados Imperiales -ahora de espaldas- mostrando que la perfección de sus cuerpos tiene frente y vuelta. La música anuncia el final del baile, el público está de pie gritando ¡mucha ropa!, ¡mucha ropa!
Las mujeres están de pie ovacionando a los bailarines.
La voz en off, con eco y reverberancia, pide un aplauso para ¡Cristián!, ¡Michael!, ¡Stephano! y ¡Leo!. Los cuatro hombres salen del escenario y regresa la música para bailar, esta vez con canciones en español, de María Conchita Alonso, Timbiriche, Juan Gabriel.
Graciela: ¿Viste, Emi, qué cara tan bonita tenía el tercero?
Emilia: Me gustó más el sexto.
Graciela: Pero sólo eran cuatro, Emi.
La carcajada se escucha en todo el local. Alejandra se cae de la silla, al no poder controlar las convulsiones que le provoca la risa. Marcela y Graciela la saludan debajo de la mesa y le preguntan si está a gusto así o si quiere que le pasen su copa. Emilia no sabe de qué se ríen. La Divorciada llora de la risa, pero pronto su llanto se convierte en un verdadero lamento por el amor perdido, las dos sonorenses la abrazan y le dan un paquetito de Kleenex.
Alejandra sigue bajo la mesa en posición fetal, agarrándose el estómago. Por la risa, Marcela siente una imperiosa necesidad de orinar. Se levanta, todavía con lágrimas en los ojos, esquiva el cuerpo convulsionante de Alejandra y al dar la vuelta se encuentra, pecho con pecho y ombligo con ombligo, con Arturo. Sus brazos parecen tener voluntad propia: se mueven solos y rodean el cuello del mesero, quien le dice son seiscientos más el cuarto.Marcela le responde: no querido, yo no cobro tan barato, lo suelta y va al baño.
Marcela se encuentra con la Futura Novia en la fila del baño.
En la fila se encuentra con la Futura Novia, que porta una diadema con un tul y azahares pegados con silicón. En la blusa trae prendido un corazón de terciopelo rojo con una palita de madera que sale de una flor de encaje.
Marcela: (Pero qué cursi, no cabe duda de que las mujeres se convierten en unas ridículas cuando de su boda se trata… y toda la parentela diciéndoles que ése será su día… ¡Qué horror!)
Futura Novia: (Los centros de mesa tendrán rosas blancas y cristales tipo Swarovsky, sí, para que brillen con la luz… todavía falta contratar la limousine… mañana voy a Cuernavaca a ver otra vez el jardín y de ahí me sigo a Chilpancingo a ver a la modista… ¿Cómo se le fue a ocurrir irse a vivir a ese pueblo tan feo?, pero bueno, ella es la única que realmente me entiende y puede hacerme el vestido tal y como yo lo quiero… ojalá no haya subido de peso… ay no, ¡toco madera!, cancelado el comentario… ¡Sólo faltan tres semanas!)
Marcela: Así que te nos casas…
Futura Novia: ¡Sí!, Ay, pero ya sabes lo complicado que es todo esto… encontrar los recuerditos con los que soñaste desde niña; lo de las amonestaciones en la iglesia; los arreglos florales de la iglesia que, como sabes, deben combinar con los vestidos de las damas…
Marcela: (Yo no sé ni madres de eso, esta me vio cara de wedding planner, ¿a que horas se me ocurrió preguntarle a la ternurita esta?) Sí, es todo un show ¿verdad?, pero vale la pena ¿o no?
Futura Novia: Claro que vale la pena, imagínate ¡es tu día!
Marcela: (Sí, pendeja, es “tu día”) Sí, claro, es tu día…
Futura Novia: Mira, ya te toca entrar al baño…
Marcela: (¡Gracias a dios!) ¡Muchas felicidades! Nos vemos luego.
Entre tanto, Miguel ayuda a Alejandra a levantarse del piso. Inmediatamente corre a la pista, seguida por Emilia, Graciela y una sonorense, mientras la otra continúa apapachando a la Divorciada, que no para de llorar.
La divorciada no puede dejar de llorar mientras escucha, a todo volumen, la canción de Paulina Rubio “Ese Hombre es Mío”.
Cuando Marcela regresa a la mesa la encuentra vacía. Prende un cigarro, llena su copa y voltea a ver a la llorona de al lado. La sonorense le hace cara de “tú entiendes”. Está sonando la canción de Paulina Rubio “Ese Hombre es Mío”.
Divorciada: Yo le cantaba esta canción a todas las viejas cuzcas que se le lanzaban a mi marido… (Marcela ya no soporta la gota viscosa que sale lentamente de su nariz, le hace una seña, la Divorciada se limpia con un Kleenex hecho bolita) y, ya ves, de todos modos se fue con la güera esa, malnacida, ramera, perra maldita.
Sonorense: Ya, morra, no pienses en eso, vinimos a divertirnos. ¡Olvídate de la puta, pues!
Marcela: Mira, esto también pasará, ya verás.
Divorciada sonríe, su rostro se ilumina, parece haber recibido una dosis de morfina suficiente para quitarle el dolor, sin dejarla inconsciente.
Divorciada: Tienes razón, esto pasará. Él se lo pierde, que la puta esa se lo lleve y le lave sus pinches calzones. Se acabó su pendeja, ya no voy a llorar por ese hijo de la chingada…
Termina Paulina Rubio y empieza Alejandra Guzmán con “Hey Güera”
Marcela: (Puta madre, ¡no puede ser!… y ahora ¿qué hago?… ¡un brindis!) ¡Salud, morrita, por tu nueva vida!
Demasiado tarde, la Divorciada ya no llora: berrea. Miguel se acerca para ver si necesitan algo. La Sonorense y Marcela le dicen que no con la cabeza y con la mirada le piden que se vaya. Miguel no hace caso, se acerca a la Divorciada y la abraza, ella lo sujeta con tal fuerza que pierde el equilibrio y cae sentado en sus piernas, la Divorciada aprieta su cara contra la blanca playera, dejándole el pectoral lleno de rímel, mocos y lágrimas. Miguel acaricia su cabello con una ternura casi maternal. La Divorciada recupera la compostura poco a poco, suelta a Miguel y le da las gracias.
Miguel: No hay de qué, guapísima. Mira, los hombres somos unos cabrones, pero recuerda esta frase que siempre me decía mi mamá -que en paz descanse la pobrecita- “a cabrón, cabrona y media”
En el escenario aparecen cuatro vaqueros, el espectáculo continúa.
La música va bajando de volumen. Se vacía la pista de baile. La voz en off, con eco y reverberancia, anuncia: Ladies’ Club San Angel presenta… Se escucha una fanfarria con toque country. En el escenario aparecen cuatro vaqueros, con sus botas vaqueras, su camisa vaquera de cuadros, bandana, sombrero vaquero, vaqueros de mezclilla y chaparreras vaqueras de cuero.
Avientan el sombrero, se arrancan las chaparreras, mueven la cadera adelante, atrás, adelante, a la derecha, adelante, atrás, a la izquierda. En círculos, haciendo ochos. Se quitan lentamente la camisa de cuadros, dejando ver su potente y bronceado pecho. Meten las manos entre sus piernas y, con un simple movimiento, desaparecen los pantalones, quedando en tanga vaquera de cuero, con botas vaqueras y bandana roja.
Alejandra: ¡Queremos ver al ratón vaquero!
Divorciada: (El ratón vaquero sacó su pistola, echó tres balazos y me dijo a solas…) ¡Pistola!
Los vaqueros tres y cuatro escuchan a la Divorciada, van por ella a la mesa, la llevan al escenario, la colocan como jamón en sándwich y la aplastan como seno en mamografía. La Divorciada voltea a ver a sus amigas con sus ojos de mapache, hinchados de tanta lágrima. Ella sonríe, parece haber olvidado su tormento.
Vaquero Cuatro: (Qué buena nalga tiene esta vieja) ¡Dime Vaquero!
Graciela: (qué bueno que esta pequeña se esté divirtiendo al fin)
Divorciada: (Todas las mujeres tienen en el pecho una amapola…)
Emilia: (Pero qué faje le están poniendo a esta…)
La Divorciada regresa a su silla, las damitas le aplauden. Una Sonorense le da un Kleenex, no para que se limpie las lágrimas, sino el sudor que le escurre por la frente y las sienes. Los cuatro Vaqueros toman con los pulgares el hilo de la tanga de sus ingles, lo estiran y bajan la tanga unos centímetros. El público está de pie gritando ¡Pelos!, ¡Pelos!, ¡Pelos!. Los Vaqueros dan la espalda y se arrancan la tanga. Hay un apagón. Al volver la luz, los Vaqueros han salido del escenario. Se escucha una gran rechifla en el salón. Nuevamente música para bailar.
El Maestro de Ceremonias anuncia la presencia de Jason, el perchero humano.
El mesero descorcha la segunda botella. Las cuatro amigas llenan sus copas y brindan de Hidalgo a petición de Alejandra. Aparece Miguel con unos muppets que les manda el gerente del lugar. Alejandra y Marcela lo toman como debe ser: de un trago. Emilia lo hace a pequeños sorbos y Graciela lo coloca en la mesa, para beberlo después. Las Sonorenses, incluida la Divorciada, declinan la invitación.
La voz en off, con eco y reverberancia, anuncia: Ladies’ Club San Angel presenta a ¡Jason! el perchero humano.
Entra un hombre con sandalias y una bata de baño afelpada blanca. Atrás de él, dos hombres también en bata blanca colocan un biombo blanco. Se retiran las batas. Jason deja ver entre sus piernas un bulto más grande que los grandes bultos de sus coestrellas. Se coloca detrás del biombo. Los coestrellas salen del escenario.
Se oscurece toda la sala, prende una luz tras del biombo y se ve la sombra de Jason quitándose la tanga al ritmo de la música. Coloca la prenda sobre el biombo. Entran a escena los coestrellas y se llevan el biombo. El contraluz solo permite ver la silueta de Jason.
Todo está en silencio, mientras Jason muestra su escultural cuerpo.
Se apaga el contraluz. Las luminarias robóticas se dirigen al Perchero Humano que está ahí de pie, con las manos en la nuca. No trae tanga, en su lugar cuelga una pesada toalla blanca, afelpada, que va desde arriba de su ombligo hasta las rodillas. Se mueve despacio, gira suavemente unos grados a la derecha. Unos grados a la izquierda. La mirada fija en el infinito. El público está en silencio, sólo se escuchan respiraciones entrecortadas.
Perchero Humano: (Ay, cómo pesa esta chingadera)
Futura Novia: ¡Quiero esa toalla para mi mesa de regalos!
Ante semejante espectáculo, el público se pone de pie enardecido. Se rompe el silencio: ¡Toalla!, ¡Toalla!, ¡Toalla!, Jason esboza una leve sonrisa y las mujeres gritan, aplauden, chiflan, lloran, ríen. ¡Toalla!, ¡Toalla!. Por el lado izquierdo del escenario entran los coestrellas con el biombo, no se detienen, pasan frente a Jason y salen directamente por la derecha. El escenario queda vacío. Con ellos se ha ido el Perchero Humano.
Marcela: ¡Me voy!, yo pago una botella, ¡Mesero, la cuenta! y que traigan mi auto por favor.
Alejandra: No seas payasa espérate, todavía faltan tres presentaciones…
Marcela: No, yo ya no aguanto más y mi amado Oscar me está esperando.
Graciela: ¿Vas a su depa o al tuyo, chiquita?
Marcela: A ninguno de los dos… nos veremos en un hotel de paso… Aquí está la lana, con propina… ¡Qué se diviertan!
Marcela toma sus pertenencias y abandona el lugar. Quiere encontrarse ya con Oscar, su pareja de toda la vida.
A continuación, Marcela toma su celular, cigarros, encendedor, lentes, bolsa y abrigo y sale apresuradamente. Miguel la acompaña a su coche, impidiendo que los muchachitos que están al acecho de las mujeres que dejan el lugar se le acerquen.
La Divorciada duerme plácidamente con la cara sobre la mesa y los brazos colgando. Las Sonorenses bailan en la pista. La Futura Novia llama al Futuro Marido y le pide romper, solo por esa noche, la promesa de castidad que habían hecho hasta el día de la boda. Las amigas se quedan durante una presentación más y se marchan.
Mientras Graciela observa a su marido roncar y babear la almohada; en diferentes sitios de la ciudad, tres felices, agotados y sorprendidos hombres agradecen una noche inolvidable y preguntan ilusionados ¿Cuándo vuelves a salir con tus amigas?
© COPYRIGHT MFritscheA Enero 29, 2013